El americanismo, definido como una conexión profunda que se hereda por generaciones, da a cada aficionado sus propias historias y recuerdos que atesorar, momentos que transforman la experiencia colectiva en algo personal y único. En esta editorial, quiero compartir cómo he escrito un nuevo capítulo en mi pasión por el equipo amarillo.
Hay recuerdos imborrables en la vida del hincha. El partido contra Mazatlán, el 5-0, parece muy común en el presente americanista en donde los buenos resultados y las goleadas se han vuelto costumbre, pero para mí tiene una etiqueta: ESPECIAL. En la era Jardine solo he podido asistir dos ocasiones a la cancha, la primera fue en la final contra Tigres, la del gol de Julián Quiñones en tiempo extra; para mí además de ser la revancha de la final navideña de 2016 era una revancha personal.
La segunda ocasión que pude ver al América de Jardine fue en esta Jornada 17. Desde que salió el calendario del Clausura 2025 busqué el partido de las 17:00 horas; para mí fue el momento ideal para llevar a mi hijo a la cancha. El "Zucaro" de hace 10 años hubiera llevado a su hijo a la zona de los bombos, pero el "Zucaro" del presente decidió otra cosa, que el primer contacto de su hijo con el América sea así, a un costado de la zona del aliento y bien consentido por su papá y su abuelo; alejado de alguna posible experiencia traumática por altos decibelios.
Al igual que Raúl Jiménez (a quien tengo en alta estima porque lo idealizo como el goleador que iba a romper el récord de Zaguiño), quien dijo que por sus raíces azulcremas, el va a inculcar el buen camino a su hijo; pues afortunadamente yo ya lo estoy haciendo.
Esta experiencia de 90 minutos lo recordaré como simbolizar un legado, aunque el hecho de que pueda sentir esta magia de un amor que nunca se apaga, no dependen de mí, ahí ya está plantada la semilla... Porque dicen por ahí en una magnífica publicidad del fútbol argentino, "una pasión es una pasión".
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